Confieso que la primera vez que vi Merlí, no estaba preparado para lo que venía. Estaba en un momento de mi vida en el que todo parecía un caos: relaciones que no funcionaban, preguntas sin respuesta, y una sensación de que me faltaba algo, aunque no sabía qué. Entonces, apareció Merlí Bergeron, interpretado por un Francesc Orella que no actúa, sino que vive el personaje. Desde los primeros segundos de “Los presocráticos”, supe que esta serie iba a ser mucho más que entretenimiento: iba a ser un espejo de mis propias luchas.
Merlí: El alma rota que ilumina
El episodio arranca con Merlí siendo desalojado, un hombre de mediana edad que parece perdido, pero que lleva dentro un fuego que no se apaga. Vive con su madre, Carmina, una actriz que parece habitar en un mundo de sueños, y está intentando, torpemente, reconectar con su hijo Bruno. Ver a Merlí en ese caos me rompió el corazón, porque ¿quién no ha sentido alguna vez que no encaja, que está improvisando en la vida sin un guion claro? Pero cuando entra al aula del instituto Àngel Guimerà, todo cambia. Ese hombre desaliñado se transforma en un faro, un guía que no solo enseña filosofía, sino que te hace sentirla en las venas.
Cuando Merlí habla de los presocráticos —de Tales, de Anaxímenes, de Heráclito—, no es solo una lección. Es una invitación a mirar tu propia existencia. Recuerdo haber pausado el capítulo en la escena en la que explica el “todo fluye” de Heráclito. Me puse a pensar en mi vida, en cómo todo cambia, en cómo yo mismo no era el mismo de hace un año. Merlí me hizo darme cuenta de que está bien no tener todas las respuestas, porque la vida, como el río de Heráclito, nunca se detiene.
Los peripatéticos: Mi espejo roto
Los estudiantes de Merlí, esos adolescentes que al principio parecen clichés, se volvieron rápidamente un reflejo de mis propias inseguridades. Pol Rubio, con esa mezcla de rebeldía y fragilidad que Carlos Cuevas interpreta con una intensidad que duele, me robó el aliento. En este episodio, ya se ve su chispa, esa necesidad de ser visto, de ser alguien, aunque aún no sabe cómo. Me vi en él, en esa lucha por encontrar mi lugar en el mundo.
Luego está Bruno, el hijo de Merlí, que lleva el peso de un padre que no siempre estuvo ahí. Cada mirada de Bruno, cada silencio, es un grito callado que me atravesó. Y qué decir de los demás: Berta, con su fachada de chica dura; Joan, atrapado en las expectativas de su madre; Mònica, buscando su voz en un mundo que no siempre escucha. Cada uno de ellos es un pedacito de nosotros, ¿no creen? Sus historias, aunque apenas empiezan en este capítulo, ya te hacen querer abrazarlos.
La filosofía que cura
Lo que más me emociona de “Los presocráticos” es cómo Merlí hace que la filosofía deje de ser una asignatura polvorienta para convertirse en un bálsamo. Cuando les pregunta a sus alumnos cuál es el arché de sus vidas, qué es lo que los mueve, sentí que me lo preguntaba a mí. Me senté con un cuaderno y escribí: ¿qué es lo que me define? ¿El amor? ¿El miedo? ¿La búsqueda de sentido? No llegué a una respuesta clara, pero el solo hecho de hacerme la pregunta ya fue un regalo.
Merlí no es perfecto, y eso me encanta. Es un desastre como padre, como pareja, como adulto “responsable”. Pero es honesto, y su pasión por la filosofía es contagiosa. En este episodio, cuando desafía a los estudiantes a pensar por sí mismos, a no tragar entero lo que el mundo les dice, sentí que me hablaba directamente. Me dio permiso para cuestionar, para sentir, para equivocarme.
Un capítulo que es un comienzo
“Los presocráticos” no es solo el arranque de Merlí, es el inicio de un viaje que te cambia. Es el momento en que te das cuenta de que la filosofía no es para eruditos en torres de marfil, sino para cualquiera que se atreva a preguntarse “¿por qué?”. Este episodio me hizo reír, reflexionar y, sí, también llorar un poco, porque me recordó lo frágil y hermoso que es estar vivo.
Si no has visto este capítulo, te ruego que lo hagas. Déjate envolver por la magia de Merlí, por la crudeza de sus personajes, por la forma en que te hace mirar el mundo con ojos nuevos. Y si ya lo viste, cuéntame: ¿qué sentiste cuando Merlí entró en esa aula por primera vez? ¿Qué personaje te tocó el alma? Para mí, este episodio fue como abrir una puerta que no sabía que estaba cerrada.
¡Sigamos caminando juntos, peripatéticos!

0 Comentarios